Axis Mundi: El número de la Bestia


Carlos Hinojosa*

*Carlos Hinojosa es escritor y docente zacatecano.

Según reza un cliché, la naturaleza no tolera el vacío; por ende, suponemos que las rutinas de la vida contemporánea no admiten nada que no supere la prueba de la razón, ninguna disfuncionalidad ni indiferencia funcional. No debería haber tiempo para antojos y caprichos, la conducta no forzada, no solicitada ni demandada significa un problema para el «mantenimiento del patrón» que permite el funcionamiento de la sociedad humana. Cualquier libertad diferente del «reconocimiento de la necesidad» implica una piedra en el zapato de la racionalidad. En tales circunstancias, el consumo —como el resto de los placeres de la vida— sólo puede ser un esclavo de la rutina racional, el pago efectuado reticentemente por el orden racional a la irracionalidad inherente a la condición humana; un pasatiempo exiliado a los márgenes del camino de la vida, donde no pueda interferir con los asuntos propios de la existencia.

El «principio de realidad»,[i] como célebremente declarara Sigmund Freud, era el límite establecido al «principio del placer», la frontera que los buscadores del goce sólo podrían traspasar bajo su propio riesgo. Ambos principios estaban en constante pugna, y nunca se les ocurrió a los gerentes de las fábricas capitalistas ni a los predicadores de la razón moderna, que los dos enemigos podrían establecer un pacto y convertirse en aliados, que el placer pudiera, milagrosamente, metamorfosearse en el pilar de la realidad, y que la búsqueda del placer se estableciera como el más grande instrumento del «mantenimiento del patrón».

Y esto es lo que ha logrado la actual sociedad consumista: reclutar el «principio del placer» al servicio del «principio de realidad», enganchando los deseos, volátiles, fastidiosos y melindrosos, al carro del orden social, usando el material desmenuzable de la espontaneidad como los ladrillos constructores para los cimientos de una perdurable y sólida rutina, a prueba de terremotos. La sociedad de consumo ha logrado una hazaña previamente inimaginable: reconciliar los principios de realidad y del placer poniendo, por decirlo de alguna manera, al ladrón a cargo del cofre del tesoro. En lugar de combatir los irritantes y pertinaces deseos humanos, aparentemente invencibles, se les ha convertido en los fieles y confiables guardianes, a sueldo, del orden racional.

¿Cómo se logró esta maravillosa transformación? Primero, se planteó la reclasificación de los deseos humanos. Una vez que los enfadosos, pero inevitables, costos de producción fueron puestos del lado de las ganancias, en los libros de contabilidad, el hiper-capitalismo descubrió que el impulso morboso de distracción, ese gran flagelo de la «sana» explotación del trabajo productivo, podría llegar a ser la más grande y, quizás, inagotable fuente de ganancia, una vez que se lograra explotar a los consumidores, en lugar de los productores. Así, la mira del hiper-capitalismo cambió de la valorización y el control de procesos, es decir, de la producción como un todo, al consumo. La esencia del capitalismo actual ya no se basa en maximizar la explotación de los trabajadores, sino en maximizar el consumo.

Lejos de necesitar ser domados y enjaulados, los deseos deben dejarse libres y hacerles sentir esa libertad, mejor aún, estimularlos a vagar a sus anchas e ir sin control por el mundo, ignorando cualquier límite. «Actúa según tus impulsos», un epítome de irracionalidad en el mundo de los productores, libros contables e inversiones de largo término, está destinado a convertirse en un factor de peso en los cálculos racionales dentro del universo de consumidores, tarjetas de crédito, smartphones y satisfacciones instantáneas. Entonces, la fragilidad y precariedad endémica de una vida en busca de placer y distracción ha sido reclasificada como uno de los soportes principales de la estabilidad social y el orden, cuando antes se le consideraba como una de sus mayores amenazas. Así surge,

una cultura que exalta sin cesar los placeres del bienestar y del ocio, de la moda y del entretenimiento: no ya los ideales sacrificiales, sino el goce de las sensaciones, del cuerpo, de las vacaciones cada vez más colonizadas por el consumismo: los turistas que van a Nueva York para ir de compras son dos veces más numerosos que los que viajan para visitar los museos; el primer sitio turístico de Canadá es el West Edmonton Mall. Se construye toda una cultura hedonista publicitando los sueños de felicidad privada bajo el signo de la diversión, la ligereza, el erotismo, el humor. Después de los ideales de la renuncia ha llegado una cultura de desculpabilización, de tentación, de estimulación permanente de los deseos. Los ideales heroicos del futuro, típicos de la primera modernidad, han cedido el puesto a una cultura que mitifica el presente, una cultura de satisfacción de deseos continuamente renovados.[ii]

Las implicaciones de todo ello son terribles y funestas para nuestra especie, ya que la cultura, que debería permitirnos hacer un alto en el camino y advertirnos de la aberración en que se ha convertido nuestra sociedad, así como de la catástrofe globalizada que puede ocurrir debido al hiper-consumo voraz e irresponsable, se ha convertido en un objeto de consumo más que echar al carrito del supermercado planetario. Así, en la dulce amnesia e indolencia en que nos movemos, nunca recordamos que, a pesar de que se ha vuelto un lugar común, no por ello deja de ser una realidad latente, si toda la humanidad se dedica a consumir como los habitantes de Estados Unidos, el rol–model al que todos parecen seguir, los recursos naturales de nuestro planeta se agotarán en menos de un mes. Tal vez la Bestia pronosticada en el Apocalipsis no se refiere a un personaje externo que viene al mundo a imponer un reinado maligno, quizás se trata de señalar algo en el interior del ser humano, el deseo voraz y sin límites, bestial a una monstruosa escala, dispuesto a consumir todo lo que está a su alcance, como el proverbial hoyo negro de la astrofísica contemporánea, del que no escapa ni siquiera la luz.

 

NOTAS:

[i] http://www.e-torredebabel.com/Psicologia/Vocabulario/Principio-Realidad.htm

[ii] Gilles Lipovetsky y Hervé Juvin, El Occidente globalizado, Barcelona, Anagrama, 2010, p. 40.

 

 

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