Axis Mundi: ¿Trans–humanidades?


Contrariamente a lo que podría esperarse, el debate entre las humanidades y las «nuevas tecnologías» informáticas no debería centrarse en si éstas reemplazarán a aquéllas, como en la controversia que ha hecho correr, literalmente, ríos de tinta y gigabytes de datos sobre si el e-book significa la extinción del libro impreso.

De hecho, en nuestros días como hace medio milenio, cuando la imprenta de Gutenberg llegó para sustituir a los amanuenses por la prensa de tipos móviles, las «nuevas tecnologías» procedían de tecnologías antiguas: de la milenaria China no sólo obtuvimos la tinta, sino que dicha cultura desarrolló, en su momento, incluso un antecedente de la impresión Offset, empleando rodillos de bambú en lugar de los cilindros metálicos de nuestra época.

Y así como entonces, los humanistas supieron apropiarse de las «nuevas tecnologías», aprovechado su potencial al máximo, como sería el caso de Erasmo de Rotterdam y su Elogio de la locura, o el ejemplo por antonomasia, la Biblia impresa en alemán, la primera piedra de la Reforma que cambiaría la faz del hemisferio occidental. En virtud de todo lo anterior, las voces que en este momento se alzan señalando los temores, o grandes esperanzas, cifrados en las tecnologías informáticas, nos hacen recordar cómo, en su momento, argumentos similares se escucharon ante la aparición de la escritura, lo señala Platón en su Fedro, de la imprenta y, por supuesto, la televisión.

Pero, hoy como ayer, mañana como hoy, por citar a Bécquer, las «nuevas tecnologías» podemos considerarlas meras herramientas, cuyo buen o mal uso depende de las manos de quienes las emplean, aunque sí resulta innegable que han ayudado a potencializar el trabajo de quienes se dedican a las humanidades, al facilitarles el acceso a un gran caudal de información y datos, así como al manejo y presentación de los análisis y procesos sobre lo que se ha estudiado.

Donde se abre una auténtica veta para la reflexión, desde el punto de vista humanístico, es en un área que ha resultado de la aparición de las tecnologías informáticas, es decir, la del surgimiento de la inteligencia artificial y/o de lo cibernético, de la conjunción entre ser humano y mecanismo. De hecho, el acelerado desarrollo de la computación, en sucesivas etapas que han recibido el nombre de «generaciones», cada vez más potentes y eficientes, llevó a varios investigadores del ámbito informático a lanzar predicciones cada vez más atrevidas, una de ellas, la más famosa, recibe el nombre de Singularidad de Kurzweil, la cual señala que, en vista de que la evolución de las computadoras (del bulbo al microchip en sólo tres décadas) es más rápida que la de los humanos (del Australopithecus al Sapiens en, por lo que vimos en la columna de la semana pasada, posiblemente, algo más de tres millones de años), en algún momento del actual siglo, la tecnología informática llegará a un umbral donde su potencia y eficiencia serán infinitos, señalando la aparición de un nuevo tipo de ser «trans-humano».

Por citar un ejemplo, en verano de 2014 se estrenó el filme Trascender, de Wally Pfister, donde el doctor Caster (Johnny Deep), tras ser herido de gravedad, «sube» su mente a una supercomputadora, con ayuda de su esposa, otra investigadora de la inteligencia artificial. La cinta muestra cómo Caster se convierte en un ser omnisciente y cuasi omnipotente gracias al ciberespacio, mientras grupos antagonistas, que luchan por evitar que los avances tecnológicos terminen con la esencia del ser humano, tratan de acabar con lo que consideran una blasfemia.

Esta película nos trae a cuento cómo la narrativa de ciencia ficción se ha convertido en el terreno propicio para especular y reflexionar sobre los alcances de la condición humana y, más aún, de lo que nos hace, o no, seres humanos, sobre todo a partir del vertiginoso avance tecnológico ocurrido tras el auge de la razón científica y las ideas de la Ilustración, cuyo más alto exponente, el Frankenstein de Mary Shelley, permanece como un faro para todas las generaciones posteriores, ya que incluso, en el filme citado, no tardamos en descubrir las mismas reflexiones que ya se hacía la gran autora de principios del siglo XIX, mismas que desembocarían en la obra, asimismo visionaria, de nuestro viejo conocido, Philip K. Dick, quien, como pocos, supo describir la «realidad», física y/o virtual, en la que se encuentra actualmente nuestra especie, temática llevada al cine, con singular maestría, por Ridley Scott y Denis Villeneuve en sus filmes Blade Runner (1982) y Blade Runner 2049 (2017), basados en la ya clásica novela corta de K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Ante el contexto referido, sobre la relación entre la tecnología y las humanidades, conjeturando que realmente seamos alcanzados por la Singularidad de Kurzweil, ¿qué le resta de humano a una persona a la que se le pueden retirar todos sus defectos? ¿Seguiremos siendo seres humanos si, como lo plantean el trans-humanismo y el post-humanismo, ya no padeceremos enfermedades, incluso si logramos convertirnos en inmortales? ¿Qué clase de sociedad sería la habitada por dicho tipo de seres? Cabe recordar que, en el fondo, tales preguntas han constituido la base de lo que han sido las humanidades desde la Grecia clásica, con sus mitos sobre hombres, dioses y monstruos que lo desafiaban todo para sucumbir ante la inevitabilidad de su destino, hasta llegar a Borges y su diáfano epitafio sobre las consecuencias que nos acarrearía la inmortalidad.

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

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