Axis Mundi: Las dos caras del humanismo antropocéntrico


Recuerdo haber visto un episodio de Believe it or not (Aunque usted no lo crea), en el cual el anfitrión, el finado actor Jack Palance, hacía referencia a una fábrica de municiones de algún país europeo donde se elaboraron, durante los años de la exploración y colonización africana, dos tipos de balas: una redonda, destinada a eliminar a los enemigos cristianos sin provocarles demasiado sufrimiento, y el segundo proyectil tenía forma cuadrada, ya que sería disparado contra adversarios «no cristianos».

Tiempo después, buscando más datos sobre dicho asunto, alguien me recomendó un libro de historia del Fondo de Cultura Económica, en la colección Breviarios, célebre por brindar a los lectores buenas obras a precios accesibles. Sin embargo, al leerlo, desde los primeros párrafos recibí una sorpresa no muy agradable: el autor, un académico inglés, argumentaba que todo suceso histórico de «gran importancia» para la historia de la humanidad ocurrió y acontecería sólo en Europa, que bien podrían suceder batallas de inmensa magnitud en África, mas cuyo resultado no afectaría para nada la «marcha del mundo», así murieran millones de «nativos» (aseveración que, vista desde la distancia, roza los límites de lo aberrante, en virtud de la catástrofe humanitaria en la que se ha convertido casi todo el continente africano, azotado, literalmente, por los cuatro jinetes del Apocalipsis). Obviamente, borré de mi memoria hasta el título de dicha obra. Aunque no sería la única ocasión en que me encontraría con tan alta dosis de eurocentrismo.

Hace algunos años, cuando a los supermercados les daba por ofrecer grandes colecciones de libros y enciclopedias, pude completar una obra que se refería a los acontecimientos bélicos más importantes del siglo XX, la cual, asimismo, provenía de Inglaterra. Por supuesto que se abordaban la Primera y Segunda Guerras Mundiales, Corea, Vietnam, así como las luchas anticolonialistas asiáticas y africanas, la Revolución Rusa; empero, para sorpresa y desconcierto de mi parte, la Revolución Mexicana no se mencionaba por ninguna parte, algo por completo sorprendente para un servidor, ya que, desde muy joven, me había percatado del gran interés por el citado movimiento armado en Europa, como lo demuestran clásicos del cine como Viva María, de Louis Malle, o los Zapata western, Los héroes de Mesa Verde, de Sergio Leone, o El mercenario y Vamos a matar, compañeros, de Sergio Corbucci. Me pareció un «olvido» imperdonable de parte de esa editorial inglesa, máxime que, como todo mexicano que conoce su historia lo sabe, las compañías petroleras y los agentes británicos hicieron sentir, de múltiples formas, su presencia en nuestra Revolución.

Y ahora, ya casi para finalizar la segunda década del siglo XXI, podemos reflexionar, en perspectiva, sobre las tres viñetas a las que nos hemos referido, ya que en ellas podemos percibir cómo, a lo largo de los siglos, se fue construyendo la noción, por lo menos hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, del concepto de Europa como el estándar que todos los demás hemos de seguir, dentro del ámbito de las competencias científicas y humanísticas, tales como la historia, la filosofía, la literatura, sobre todo porque, si lo analizamos un poco, desde la percepción de quienes hemos radicado toda la vida en México, sufriendo los embates del imperialismo yanqui, la «cultura» estadounidense, sigue siendo, desde nuestro punto de vista, profundamente europea, ya que aún conserva todas esas oposiciones binarias como el yo y el «otro», el ser racional y el «irracional», el hombre blanco, estético, guapo y bien formado, procedente del clásico Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, frente al resto de los miles de millones de seres humanos; el cristiano y el «no cristiano», como en la anécdota narrada por Jack Palance… todo ello está presente en Estados Unidos, sobre todo en estos tiempos de la Bestia Trump.

Aunque, en menor o mayor medida, también en nuestros países hispanoamericanos arrastramos esa herencia humanística que hemos recibido. Sólo basta recordar la predilección no sólo de la aristocracia porfirista, sino de una gran multitud de escritores e intelectuales mexicanos, por la «ciudad–luz», París. Esto último nos trae a la mente una circunstancia que también se ha manejado, de manera muy soslayada, en la historia de México, a partir de la llegada de los conquistadores y evangelizadores españoles.

A varios de mis maestros de historia les gustaba referirse a la «suerte» que habíamos tenido los mexicanos de haber sido evangelizados por frailes tan imbuidos del humanismo renacentista, como Motolinía, Clavijero, Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, sobre todo los pertenecientes a la rama franciscana, que tantos legados culturales y arquitectónicos dejaron en el estado de Zacatecas. Sin embargo, casi nadie se quiere referir, como lo ha hecho el historiador francés Robert Ricard (1900–1984)[i], a la renuencia de los evangelizadores de los primeros años de la Nueva España para enseñarles el castellano a los grupos étnicos mesoamericanos, actitud que escondía un as bajo la manga, ya que, de acuerdo con Ricard, de esta forma, los frailes quedarían como únicos interlocutores válidos entre los indígenas y los conquistadores ibéricos.

Por otra parte, tal forma de proceder también escondía un concepto netamente humanista de la época, el del «buen salvaje», el ser humano en su estado de inocencia primigenia, la cual debería ser preservada, a toda costa, de la «contaminación» con el corrompido mundo del europeo «civilizado». Porque, así como muchos estudiosos se refieren al Holocausto y los Gulags de la Unión Soviética, no debemos olvidar que el primer gran genocidio que puede atribuirse a circunstancias originadas por el humanismo renacentista, merced a los viajes de exploración de Vasco de Gama, Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes, ocurrió en tierras americanas, cuyos grupos étnicos quedaron diezmados por el contacto con la civilización europea, lo mismo en Perú, Brasil, México y lo que hoy es Estados Unidos.

Tal parece que todo concepto y conocimiento que nos han brindado tantos siglos de humanismo representan una moneda de dos caras, que lo mismo nos ha ofrecido desarrollos y avances en el campo del pensamiento, las ciencias y las técnicas, tales como una búsqueda de la libertad y un mejor orden social o una existencia sin estar sometidos a las enfermedades o condiciones insalubres, pero que también ha conducido a los seres humanos al polo opuesto: prejuicios y agresiones a quienes no son o no quieren acomodarse a lo que señala la «normatividad», regímenes totalitarios que justifican el derramamiento de sangre con la búsqueda del paraíso en la Tierra, un hipercapitalismo voraz que no sólo consume lo poco o mucho que resta de recursos en el planeta, sino que también devora a los seres humanos y ha condenado a miles de millones a padecer esas mismas enfermedades y condiciones insalubres que ya deberían haberse erradicado desde hace décadas, si se tuviera la voluntad de hacerlo.

Entonces, ¿cómo podremos obtener algún sentido ante un panorama tan contradictorio como el que hemos descrito? Todo lo anterior son ejemplos de las contradicciones de las cuales nos hemos percatado a partir de las condiciones históricas que nos brinda un «posthumanismo». Es por ello que, tal vez, ha llegado el momento de plantear unas humanidades «posthumanas», que no sólo se enfoquen en nuestra interacción con la ciencia y la tecnología, como señalábamos en una columna anterior, sino que busquen nuevas formas de teoría crítica, políticas afirmativas, así como una subjetividad y una ética posthumanas. Recordemos que el modelo clásico de perfección humana y el ideal humanístico de la auto-regulación, junto con los poderes morales intrínsecos de la razón humana, se convirtieron en un modelo cultural hegemónico. Mientras promovía la libertad e igualdad, el humanismo restringió mucho de lo que en verdad importa como seres humanos, por lo que redujo, sexualizó, racializó, naturalizó y etiquetó a los «otros» como meros cuerpos disponibles, que fue lo que pasó con los grupos étnicos en los países colonizados y con la otra mitad de la humanidad: las mujeres.

Así, conscientes de la explotación del ser humano por los grupos de poder, además de otras estructuras y eventos violentos en la historia reciente de Europa y el resto del mundo, no es que debamos olvidar del todo el añejo ideal humanista del «hombre» y sus logros, para no incidir, aún más, en el terrible fenómeno de deshumanización que estamos padeciendo, con el fin de no confundir la misantropía de quienes abren fuego sobre los demás en una escuela estadounidense, con el anti-humanismo filosófico. Al contrario, como los marineros renacentistas, debemos recuperar el impulso desafiante e inspirador de nuestra especie, de los Vasco de Gama, Colón y Magallanes, quienes, pese a todo, abrieron un mundo de posibilidades a una Europa encerrada en sí misma por los mil años de la Edad Media.

Nota de referencia:

[i] Ricard, Robert, La conquista espiritual de México: Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572, 2ª ed., México, FCE, 2017.

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

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