San Juan de la Casimira, magia, historia y olvido


FRESNILLO. Las generaciones de abuelos y padres de las décadas de los años 80 y 90 del siglo anterior solían fomentar la tradición del relato oral.

A manera de pequeñas historias, narraban sucesos que ocurrían a personajes imaginarios gracias a su esfuerzo y constancia, por comportamientos antimorales o incluso por cuestiones fortuitas.

Lo mismo figuraban en ese anecdotario el amañado ladrón que se arrepentía y reivindicaba su vida de las tropelías; el borracho, padre desobligado y mujeriego, a quien en una parranda se le aparece la Virgen y lo llama al buen camino; o el campesino que, mientras descansaba debajo de un huizache, encontraba un cazo de monedas de oro cuando rascaba la tierra con una piedra.

Si alguien la llegase a contar, la historia de Homero Puente Ventureño seguramente se encasillaría en la tradición del relato oral, pero, a diferencia de las demás, ésta sí tiene nombre, lugar de hechos y puede ser constatable.

Se trata de un ovejero que a sus 25 años, en medio del ocio que trae consigo pastorear chivas y borregas en el monte, encontró en los suelos del ejido de San Juan de la Casimira, Fresnillo, una pequeña piedra blanca que llamó su atención por la forma que tenía: era una punta de flecha antigua que perteneció a una civilización de la Gran Chichimeca asentada en este lugar hace 6 mil años.

Aun con sólo haber estudiado hasta segundo grado de nivel secundaria, el pastor Homero desde hace 15 años ha impulsado con sus recursos propios el rescate y preservación de esta zona arqueológica, misma que actualmente muestra la riqueza de su suelo a través del Museo Arqueológico y Taller Artesanal San Juan de la Casimira, que él mismo construyó.

Sitio con una historia excepcional

San Juan de la Casimira no figura en el mapa de comunidades importantes de Fresnillo. Es más, en la carretera que lleva a la Presa Leobardo Reynoso, al oeste de la cabecera municipal, ni siquiera hay un señalamiento vial que indique su existencia.

Es una localidad pequeña, donde sólo la calle principal está pavimentada. Únicamente tiene dos servicios públicos: agua potable y energía eléctrica. Por sus características, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) señala a este lugar, en el que habitan unas 80 familias, como de alta marginación.

No obstante los rostros de pobreza de sus habitantes y la indiferencia de los distintos niveles de gobierno, este asentamiento humano ha sido favorecido por la Historia de la humanidad con un valioso tesoro, pues en sus aposentos se encuentran vestigios de la existencia de una antigua civilización humana.

Vestigios y espectáculos naturales

La escasez y poca accesibilidad a fuentes informativas oficiales al respecto han motivado a algunos habitantes de San Juan de la Casimira, Fresnillo, entre ellos Homero Puente Ventureño, a generar una historiografía informal para explicar cómo era la vida en este lugar hace unos 6 mil años.

Desde hace 15 años, Homero ha recorrido las distintas rutas y zonas de relevancia del lugar, mismas que ya conoce como la palma de su mano. Producto de su haber, sabe que este asentamiento humano tiene una extensión de unas mil hectáreas, mismas que llegan hasta la Sierra del Chivo, ubicada en los linderos de la Sierra Madre Occidental.

En este lugar hay vestigios de cimientos dispersos donde se edificaron 700 casas de una civilización que, según arqueólogos que han visitado la zona, pudo haber sido nómada.

A la salida de San Juan de la Casimira, rumbo a la Sierra del Chivo, se encuentra el cerro de las Burras, llamado así por los pobladores, ya que ahí quedan las ruinas de lo que fue un corral de hacienda en donde se guardaban asnos.

En este lugar se han encontrado tumbas de tiro, que, se cree, eran utilizadas por los primeros pobladores de esta tierra para sacrificio humano o para enterrar a sus muertos.

También hay una grande roca cóncava que es denominada “la campana”, ya que, al ser golpeada con fuerza en su interior por una piedra pequeña, emite un sonido similar al de una campana de templo religioso, que incluso en días sordos, en el ambiente puede escucharse hasta a 10 kilómetros a la redonda.

Lo sorprendente, mágico y místico de este lugar se encuentra en cuatro grandes rocas verticales que están en los linderos de la represa que fue construida recientemente en el lugar. Se trata de un lugar que los habitantes de San Juan de la Casimira conocen como Los Angelitos.

A diferencia de la piedra bruta de cantera blanca, mineral que predomina en el lugar, estas grandes rocas son rojizas, tipo óxido. Se desconoce el porqué de sus características y cómo llegaron ahí; sin embargo, los habitantes de la zona han encontrado su funcionalidad.

La posición que tienen y tallados especiales que aún conservan permiten que sólo dos veces al año, precisamente el día en que se presentan el equinoccio de primavera y el solsticio de otoño, un halo de sol cruce nítidamente en línea diagonal por una cavidad que se forma entre estas piedras, de tal manera que proyecta un círculo de luz que se dibuja en la tierra, espectáculo natural que dura de tres a cinco minutos.

Si bien es cierto que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ya tiene registro de este asentamiento humano, aún no se han iniciado los trabajos de rescate de esta zona, misma que hoy en día puede considerarse como arqueológicamente virgen.

 El museo

Atrás de un cerco de piedras del que sobresalen tres copetes de pajar, en la salida de San Juan de la Casimira, se esconde un paraje digno de una estampa de postal: una blanca y pedregosa vereda peatonal que conduce a una modesta casa. Frente a ésta se extiende una represa que abastece del vital líquido a la comunidad y el verde de los árboles delimita su perímetro.

Justo en este lugar, a un costado de la vivienda, se ubica una pequeña bodega habilitada como taller artesanal y también como museo, cuya existencia resultaría inverosímil por lo desértico e inhóspito de la zona.

La luminosidad del lugar corre a cargo de ventanas que se abren espacio en la parte alta de los muros. Esa luz es suficiente para permitir apreciar que sobre cinco rústicas mesas descansa, en el anonimato, uno tesoro que es digno de ser apreciado en la Historia de la humanidad.

Se trata de distintos objetos encontrados en los suelos de San Juan de la Casimira, que muestran la evidencia de que en este lugar, hace unos 6 mil años, una civilización humana se asentó de forma temporal y dejó rastro de su existencia.

El Museo Arqueológico San Juan de la Casimira fue abierto al público en 2015, por iniciativa de Homero Puente Ventureño, quien, con sus propios recursos, lo instaló para dar a conocer una colección de objetos prehispánicos que ha encontrado desde hace unos 20 años.

Entre los objetos que muestra destaca un fragmento de la quijada de un nativo de esta tierra, puntas de lanza de distintos tamaños que eran utilizadas para cazar pájaros, conejos, víboras, venados y jabalíes, fauna que hoy en día aún predomina en la zona.

También se exhiben pequeños ídolos, algunos con cabeza alargada y ojos rasgados, e incluso piedra obsidiana encontrada en el lugar, misma que llama la atención porque ésta es una roca volcánica.

En otra mesa se exhiben piedras ovaladas que eran utilizadas como mazo o como honda, para el golpeo y tallado de herramientas e inclusive para destilar flora del lugar, como la lechuguilla y la palma.

Así también, existe una colección de metates huilanches, que eran utilizados para el procesamiento de alimentos, entre éstos el maíz. En esta sección también se exhibe una piedra fósil de cantera, que muestra en su interior una silueta de una planta silvestre cuya imagen pareciera ser un grabado a tinta negra.

Los pocos datos que tiene el Museo Arqueológico San Juan de la Casimira sobre la civilización que se asentó en el lugar se deben a un especialista de la Universidad Autónoma de Zacatecas, quien dató las piezas encontradas y determinó que se trataba de una sociedad de la Gran Chichimeca.

No obstante la riqueza antropológica de este espacio, a la fecha, se mantiene olvidada por las autoridades gubernamentales, ante la indiferencia por explorar y conocer sobre lo que este subsuelo guarda consigo.

En tanto esta zona cobra relevancia y llega al lugar que merece en la Historia de Zacatecas, de México y el del mundo, seguirá bajo resguardo del papá de Homero, don Benjamín, así como por sus tres hijos, quienes, al igual que Jorge Rodarte, ex delegado de la comunidad, se han asumido como guardianes de los vestigios de esta civilización.

José Córdova / Tropicozacatecas.com

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