Cambio climático: ¿aún hay esperanza para el ser humano?


Como nos muestra Borges en «El jardín de los senderos que se bifurcan», junto con recientes descubrimientos en el área de la física cuántica —los cuales validan lo pronosticado por nuestro santo patrono, Philip K. Dick, en su Exegesis—,[i] el futuro no está totalmente definido; en cambio, los caminos que tenemos ante nosotros se extienden en una cantidad casi infinita de direcciones potenciales: tenemos que elegir la ruta, de acuerdo con las sabias palabras de la icónica Sarah Connor, «no hay destino sino lo que hacemos en este momento».

Por supuesto, algunos de los futuros que podríamos elegir son mejores que otros. Quizás tengamos suerte al resolver el problema del hambre y curar el cáncer, o quizás nos encontremos al borde de la extinción por los microorganismos resistentes a los antibióticos, o acobardados ante la mira de los robots diseñados para la guerra. Sin embargo, hay una distopía que se extiende a través de cada línea temporal futura: el colapso del clima. Gracias al desfase entre las emisiones contaminantes y el impacto que provocan—la temible física de nuestro inmenso ecosistema—, sabemos que nuestro clima empeorará durante décadas antes de que pueda mejorar. El castigo a nuestras acciones contra la Tierra ya está aquí, la única pregunta que resta es qué tan mal se pondrán las cosas.

Durante décadas, los científicos que visualizaron este sombrío panorama se engañaron a sí mismos para evadir sus peores temores, para no dar la voz de alerta por miedo a ser tildados de alarmistas. Sólo ahora —aunque no en los EUA de la Bestia Trump o el Brasil del ecocida Bolsonaro— la mayor parte de la humanidad empieza a ver que el alarmismo climático estaba plenamente justificado, y es mucho peor de lo que hubiéramos podido imaginar a mediados de los 70’s del siglo pasado, cuando un servidor, merced a las míticas revistas Natura y Los Agachados de Rius, ambas de Editorial Posada, se percató de la amenaza de los aerosoles para la capa de ozono.

Lo que ocurra de aquí en adelante depende, en gran medida, de los avances o retrocesos de la próxima década. Un aumento de 1.5°C en la temperatura global hará que casi 5 millones de km² de permafrost[ii] se descongelen para el año 2300, que la mitad de la población mundial se enfrente a una severa ola de calor cada veinte años, que 130 millones de personas estén expuestas a una sequía inclemente y que el PIB mundial per cápita descienda en un 8%.[iii] Pero lo más probable es que superemos ese límite de calentamiento: los niveles de hoy ya están cerca de 1.1°, mientras que los EUA del Gran Cheeto se han retirado del Acuerdo de París, y el ecocida de Brasil ha prendido fuego al Amazonas. Por su parte, la Oficina Meteorológica del Reino Unido afirma que podríamos superar los 1.5°C de incremento en los próximos cinco años.[iv]

A 3°C de aumento del calentamiento global, podemos esperar sequías prolongadas, malas cosechas y un amplio colapso geopolítico. Como recordarán nuestros lectores, el neoliberalismo moderno prometía un reino de ganancias donde algunos se beneficiarían más que otros, sí, pero se nos aseguraba que los avances, finalmente, alcanzarían para todos. Ahora, es evidente que el capitalismo depredador no podrá sobrevivir a las enormes pérdidas económicas y de productividad de un mundo que supere los 3°C. La implicación, entonces, es clara, los sueños de ganancias positivas han sido reemplazados por realidades de cero ganancias, aislamiento, nacionalismo, guerras de recursos: «Si tú ganas, yo pierdo». Lo peor es que la Organización Meteorológica Mundial de la ONU considera que 3°C es un aumento más que probable si las tendencias actuales continúan.[v]

Un futuro de 5°C de aumento climático global, visualizado como poco probable por algunos expertos, y a la vista en un futuro próximo por otros, sería el infierno en la Tierra: el aumento del nivel del mar arrasaría con muchas de las principales ciudades del mundo, como Osaka, Shanghái, Miami y Yakarta. Oriente Medio y Asia meridional se volverían inhabitables, la peregrinación sagrada a La Meca, por ejemplo, sería físicamente imposible. Vastas zonas de la Europa continental se convertirían en desiertos, Canadá y Siberia serían las últimas tierras fértiles del planeta. En pocas palabras, con un incremento de 5°C, la sociedad humana volvería a la etapa de la supervivencia del más fuerte, con unos 100 millones de refugiados climáticos vagando por la tierra en busca de seguridad.

Dado lo que está en juego, el clima es la cuestión moral y ética de nuestra generación, tal vez de nuestra era. Si no se actúa a tiempo y con auténtico esfuerzo, el sufrimiento humano se incrementará en las próximas décadas, ya que la crisis climática exacerba todas las injusticias del mundo, como ya lo estamos presenciando: racismo, opresión, pobreza, guerra. Las respuestas a esta pesadilla ya las conocemos todos: tenemos que disminuir los niveles de carbono que producimos, urgentemente.

Además, las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse a la mitad en el plazo de una década, y eliminarse o neutralizarse de aquí a 20 años. Sin embargo, la acción correctiva se vislumbra enormemente difícil. En los últimos decenios se ha producido un aumento significativo en el nivel de vida de buena parte de la población mundial, el cual se ha obtenido, casi en su totalidad, gracias a la explotación de los combustibles fósiles. Lo más probable es que intentemos aferrarnos a estas comodidades, pero, por muy adictivos que sean los lujos del mundo moderno, no durarán y nosotros, tampoco.

De alguna manera abstracta y existencial, cualquiera que preste atención a las noticias, y haya seguido nuestra columna,[vi] ya sabe esto, pero imaginar la transición en la práctica —inestabilidad global, privaciones personales y colectivas, resistencia malsana de los intereses creados— es invitar a la angustia. Como diría Nietzsche, el abismo nos devuelve la mirada. Por ende, para hacer frente a la crisis climática, tenemos que lamentarnos de lo que provoca nuestra forma de vida actual y prepararnos para decirle adiós. Como argumenta Roy Scranton, «tenemos que aprender a morir no como individuos, sino como civilización».[vii] La aceptación sólo puede venir después de que lidiemos con los pasos del duelo ante una gran pérdida: negación, ira, negociación y depresión.

En el camino que se abre ante nosotros, tendremos que abordar una de las cuestiones más espinosas del clima: ¿es la acción individual la clave, o deberíamos reconfigurar los sistemas que nos gobiernan? Se trata, en parte, de una cuestión politizada: la derecha tiende a priorizar la responsabilidad individual, al tiempo que la izquierda cree que los sistemas tienen el hábito de aplastar al individuo. Es cierto que la naturaleza atomizada de la sociedad moderna individualiza los problemas, privatizando la culpa para que la soportemos nosotros solos (como suele suceder en las crisis económicas, recordemos al infame FOBAPROA),[viii] pero los sistemas que gobiernan nuestro futuro climático —los viajes globales, las industrias energética y petroquímica, el propio capitalismo depredador— son virtualmente impenetrables ante los ataques frontales.

Sin embargo, la acción individual frente al cambio del sistema es una falsa dicotomía, la única respuesta sensata ahora es poner todos los motores en marcha atrás. Aunque las tácticas individuales —viajar menos en avión y conducir lo indispensable, dietas basadas en menor consumo de carne, cambiar a energías domésticas renovables— pueden no resolver mucho por sí solas, estimulan un cambio más amplio. En un estudio reciente,[ix] varios académicos descubrieron que las creencias de los conservadores estadounidenses (donde se localiza mucha de la fuerza política de la Bestia Trump) quienes se han resistido, con frecuencia, a considerar el cambio climático como algo real, pueden ser reformuladas por el «consenso social», así como por las creencias de amigos y familiares. En otras palabras, la acción individual es contagiosa. Cuando un número suficiente de individuos motivados toman medidas visibles, su esfuerzo se transforma en acciones colectivas, lo que, a su vez, ejerce presión sobre los políticos y las empresas a cargo de sistemas globales que, de otro modo, seguirían herméticos.

Lo que sí no debemos perder de vista es que la mayor amenaza para este progreso es el fatalismo. Si creemos que ya hemos superado el punto de no retorno del cambio climático, el rendirse se convierte en la respuesta más probable. Las estrategias de retirada incluyen la nefasta perspectiva del ecofascismo: una respuesta autoritaria de extrema derecha basada en el cierre de fronteras y la priorización de los intereses de la propia «propia gente», mediante el control de la población si es necesario, algo que ya se está implementando en varias naciones. Aquí también cabe la estrategia prepper[x] de la comunidad de las personas más ricas del planeta, quienes planean, de manera preventiva, sus estrategias de escape después del colapso de nuestra civilización. Por cierto, ya sea que los santuarios previstos se encuentren en las profundidades de la corteza terrestre, o en una base espacial, siempre hay un montón de armas involucradas.

De este modo, si el fatalismo es la enfermedad, la esperanza es la vacuna. Necesitamos urgentemente visiones positivas del futuro para contrarrestar las seductoras distopías que inundan los medios actualmente. Claro, los futuros positivos no tienen por qué ser utopías inmaculadas, después de todo, las utopías tienen sus propios problemas: el extremismo político, por ejemplo, a menudo tiene sus raíces en sueños utópicos. En lugar de lo anterior, necesitamos visiones específicas, realistas, imperfectas y a la vez convincentes que inspiren a la gente a moverse más allá de la angustia para pasar a la acción.

La esperanza es un cliché político, por supuesto, y también un cliché climático: el tema de que «aún queda tiempo para actuar» es un tropo recurrente en la literatura del cambio climático, pero la esperanza sigue estando justificada: el costo de la tecnología solar aún es económico; el consumo personal irresponsable se está estigmatizando (ahora también debemos criticar de sobremanera el consumo nacional y empresarial irresponsable); el Reino Unido acaba de pasar dieciocho días sin carbón.[xi] Por su parte, el Papa Francisco,[xii] Greta Thunberg, el Movimiento Sunrise, y la Rebelión de la Extinción han forzado mensajes ambientales en la conciencia pública.[xiii]

El ímpetu está creciendo, y hay algunas señales de que por fin podemos estar al borde del cambio generalizado que tan desesperadamente necesitamos. Ahora debemos aprovechar el momento y acelerar nuestras acciones: como señala Bill McKibben, reportero especialista del tema de la prestigiada Rolling Stone, cuando se trata del cambio climático, ganar lentamente es lo mismo que perder,[xiv] que es algo que el presidente López Obrador debería tener en cuenta urgentemente, a pesar del evidente y extraño amor que le tiene a los combustibles fósiles.[xv]

En medio de la esperanza, no debemos hacernos ilusiones: todavía podemos perder la batalla climática. Es posible que descubramos que nuestras ideologías de consumo y modo de vida están demasiado arraigadas como para que se produzca un cambio real. Sin embargo, tenemos la obligación moral de intentarlo. En el actual estado de emergencia, tal vez encontremos un poco de triste y verdadera determinación en las palabras de la activista indígena estadounidense, Kelly Hayes: «Si el fin está realmente a sólo unas pocas décadas de distancia, y ninguna intervención humana puede detenerlo, entonces, ¿quién quieres ser tú en el Fin del Mundo? ¿Y qué le dirás a la gente que amas cuando se acabe el tiempo? Si llega el caso, planeo poder decirles que hice todo lo que pude».[xvi]

Notas de referencia:

[i] https://www.dailykos.com/stories/2019/8/9/1874261/–A-violation-of-realism-The-future-can-change-the-past

[ii] La capa del subsuelo de la corteza terrestre que se encuentra permanentemente congelada, https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2019/08/rapido-derretimiento-permafrost-artico-nos-afecta-todos

[iii] https://interactive.carbonbrief.org/impacts-climate-change-one-point-five-degrees-two-degrees/

[iv] https://www.theguardian.com/environment/2019/feb/06/met-office-global-warming-could-exceed-1-point-5-c-in-five-years

[v] https://www.reuters.com/article/us-climate-change-un/global-temperatures-on-track-for-3-5-degree-rise-by-2100-u-n-idUSKCN1NY186

[vi] https://tropicozacatecas.com/2018/11/04/axis-mundi-bienvenidos-a-la-era-de-la-extincion/

[vii] https://opinionator.blogs.nytimes.com/2013/11/10/learning-how-to-die-in-the-anthropocene/

[viii] https://www.reporteindigo.com/indigonomics/fobaproa-la-deuda-heredada-fraude-pago-nuevas-generaciones/

[ix] https://journals.sagepub.com/eprint/JAHQKSXIGTUCVGBDWJTB/full

[x] https://www.bbc.com/mundo/noticias-49008257

[xi] https://twitter.com/UK_Coal/status/1136008160567877633

[xii] https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2019-05/papa-francisco-cambio-climatico-academia-ciencias.html

[xiii] https://elcomercio.pe/viu/greta-thunberg-adolescente-asperger-impulsa-revolucion-cambio-climatico-ecpm-ech1t-noticia-673316

[xiv] https://www.rollingstone.com/politics/politics-news/bill-mckibben-winning-slowly-is-the-same-as-losing-198205/

[xv] https://aristeguinoticias.com/1103/mexico/politica-energetica-de-amlo-un-retroceso-para-lucha-contra-el-cambio-climatico-greenpeace/

[xvi] https://transformativespaces.org/2019/06/08/saturday-afternoon-thoughts-on-the-apocalypse/

Carlos Hinojosa*

*Escritor y docente zacatecano

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