Bala perdida arrebató a Rodrigo su sueño de ser ingeniero civil


A sus 27 años y con el 86 por ciento de los créditos aprobados de Ingeniería Civil, su segunda carrera universitaria, Rodrigo llegó a Guadalajara, Jalisco, a realizar las prácticas profesionales normadas por el Instituto Tecnológico Superior Zacatecas Sur (ITSZS), con sede en Tlaltenango.

Este joven no tomaba vinos ni licores, no fumaba ni consumía estupefacientes… Es más, ni si quiera novia tenía. Estaba entregado a sus estudios.

En junio de este año, mientras revisaba la infraestructura de un inmueble en la zona tapatía, Rodrigo quedó en medio de un fuego cruzado de una balacera, cuando de repente una bala perdida le voló el hueso frontal del cráneo y también parte del lóbulo frontal del cerebro.

Estuvo internado 20 días en la Torre de especialidades del Centro Médico del Instituto Mexicano del Seguro Social, en Guadalajara, luego –a solicitud de sus familiares – fue trasladado en julio al Hospital General del IMSS en Zacatecas.

 

Las penas se tejen con los dedos de las manos

La historia de Rodrigo y esta bala perdida que le cambió la vida no sólo a este joven, sino a toda una familia, es narrada por una mujer de rostro afligido a los pies de una cama clínica, en una modesta vivienda ubicada en una colonia de la periferia de Guadalupe, Zacatecas.

La narrativa de esta señora habla de trabajadoras sociales indolentes ante el dolor de familiares y déspotas ante la necesidad de trato digno y humano; habla de neurocirujanos que consideraron a este joven un caso clínico perdido, habla de un Hospital del IMSS que a los tres meses dio de alta al joven sin mayor justificación que “estará mejor atendido en su casa”.

Quien se sabe de esta historia de penurias es Carmen Delgado, mamá de Rodrigo, una mujer de 49 años que se ha cansado de tocar todas las puertas de las que tiene conocimiento y además carga la angustia de que ninguna se abre.

Su vida entera, las 24 horas, los siete días de la semana, está consagrada en atender a su hijo, en un domicilio que le fue prestado hace dos meses, de buena fe, a ella y su familia, pero que ya debe entregar a sus propietarios.

“A él lo estaba viendo un neurocirujano de apellido Rosales cuando estaba internado en el hospital. Hace un mes, mi hija lo fue a buscar y le dijeron que tenía un permiso por tiempo indefinido, y aunque hay otros dos especialistas más, ninguno puede ver a mi hijo, que porque no es de urgencia”, refiere la mujer mientras teje sus penas con los dedos de sus manos.

Además, como si fuera poco que el especialista dejara de ver a Rodrigo, esta institución de salud se ha deslindado de apoyarle con pañales, gasas, bolsas de alimento, nutriólogo e incluso con medicamento. Todos los gastos corren a cargo de la familia.

“Pues usted ya sabrá. No hay dinero que alcance, aquí se ocupa dinero no sólo para atender a Rodrigo, sino también para los gastos de la casa y de la familia”, comenta sin dejar de lado la angustia en su rostro y en sus palabras.

 

Todo por una bala perdida

En una cama hospitalaria reclinable, que fue rentada por doña Carmen a un precio de mil 200 pesos mensuales, descansa Rodrigo, como si estuviera inerte.

Sólo se observa su rostro demacrado salir de entre las cobijas. El ojo derecho lo tiene cerrado, como si no tuviera fuerza para abrirlo; sólo mantiene entreabierto el ojo izquierdo y el movimiento de su iris funge como elemento de comunicación con su entorno.

Desde su salida del hospital ha enfrentado dos infecciones: una pulmonar y otra estomacal. Esos factores y una dieta alimenticia que parece no funcionar, mantienen a Rodrigo actualmente con desnutrición extrema.

Su alimentación es por sonda. Ya sea por la tráquea o por el estómago, este joven recibe comidas a base de zanahoria, chayote, nueces, pollo, cereales en polvo y polvos energéticos. Todo en cuatro raciones al día que le es preparada por su mamá.

La ausencia de atención nutriológica y la falta de revaloración del estado de salud de Rodrigo le mantienen en estado vegetativo; sus articulaciones ya no se mueven y su esqueleto cada día es más visible, como si estuviera forrado por piel.

Los problemas económicos que enfrenta la familia han motivado a la señora Carmen a solicitar el apoyo a la población. Quien quiera ayudar puede comunicarse a los números telefónicos 494 118 88 51 y 494 118 88 52.

“Él ya era Contador y quería ser Ingeniero Civil, era un buen estudiante. Antes de irse a Guadalajara habló conmigo y se le escuchaba entusiasmado. Todo lo que pasa por una bala perdida…” Comenta mirando al cielo esta mujer de rostro afligido.

Texto y fotos: José Córdova / Tropicozacatecas.com

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