Postcréditos: Snobismo y cinefilia


La semana pasada vi Cindy la Regia (2020) de Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón. Me entretuvo, pasé un buen rato y me reí bastante a expensas de los regios. ¿La volvería a ver? Seguro que no. Ya cumplió su cometido y, además, no soy el público al que va dirigido esta película. Estoy seguro que habrá otras personas que tendrán en una mayor estima a esta cinta, y yo no tengo ni la autoridad ni el derecho a negar su experiencia o a decirles que su goce fue, en algún absurdo sentido, incorrecto.

Comento esto porque tal vez estemos llegando a un punto de inflexión sobre la manera en la que discutimos sobre cine, por lo menos en redes sociales. Para explicarme mejor, quiero utilizar como ejemplo las reacciones que se han dado con Cindy la Regia y las que se dieron hace poco más de un año con Roma (2018), de Alfonso Cuarón.

Las discusiones en línea que generaron ambas cintas tienen interesante paralelismos. Con Roma, uno de los conflictos que generaba entre el público era: ¿es buena, o la gente está repitiendo lo que dicen las reseñas? Con Cindy…, la discusión parece ser: ¿entonces sí o no es otra comedia romántica mexicana del montón? Y parece broma pero en verdad es necesario recalcar una cosa muy importante para poder participar en este tipo de debates: VER LA MALDITA PELÍCULA.

No hay forma de impedirlo, pero en verdad esto debería ser un requerimiento indispensable para poder contribuir en una discusión: saber de qué se está hablando. Sobre todo porque las discusiones sobre cine tienden a tener dos vertientes: el gusto del espectador y la calidad de la película. Nótese que ambas consideraciones no siempre van de la mano; una película de buena calidad puede no ser del gusto del espectador, así como una cinta “dominguera” puede satisfacer hasta el más exigente de los críticos. Después de ver una película, primero habría que analizar, no los elementos de la puesta en escena, sino la reacción personal ante lo que se acaba de ver. Esto es importante para lo que sigue a continuación, pero en verdad tengo que reiterar: el primer paso es ver la película.

Ahora ahí les va un pleonasmo: los gustos son personales. Esto es obvio al punto de sonar estúpido, pero lo expreso así porque, cuando una persona cuestiona nuestros gustos, la forma más natural de reaccionar es de manera… personal. Sumado a esto, hay que también tomar en cuenta que las redes sociales son un medio de comunicación que privilegia a las publicaciones que generan más reacciones, porque esto atrae más público. Va un ejercicio mental rápido para ejemplificar: digamos que quiero hacer un video-ensayo analizando la película de Joker (2019) ¿cuál título generaría más tráfico: “Joker: Análisis de su puesta en escena” o “Aciertos y errores de Joker”?

Es imposible sostener un debate productivo cuando los argumentos se basan en gustos personales, porque ambas posturas son igualmente válidas. En todo caso, aquí es donde resulta útil tener un criterio propio sobre el cine que consumimos, ya que éste nos puede dar ejemplos y pruebas para sostener nuestros puntos de vista. AUNQUE INSISTO: HAY QUE VER PELÍCULAS PARA TENER UN CRITERIO PROPIO. Existen demasiadas personas que, en vez de atreverse a generar un punto de vista personal, buscan excusar su ignorancia a través de la validación externa; seamos sinceros, experimentamos alivio cuando alguien con cierta autoridad sobre el tema nos da la razón sobre algo que ya teníamos arraigado. Como buena regla de oro: nunca confíen en alguien que les diga que NO vean alguna película.

Retomando los ejemplos de Roma y Cindy la Regia. Lo que llama la atención en muchas de las reacciones adversas que generaron ambas cintas es precisamente la falta

de un criterio personal, y como prueba está la necesidad de anclarse en un factor externo a la cinta para denostar toda la obra. En el caso de Roma, la costosa campaña de publicidad de Netflix fue suficiente para sus detractores que se empeñaban en demostrar que se trataba de un producto inflado. Con Cindy…, sólo bastó sugerir que las reacciones positivas estaban pagadas por la misma producción, haciendo eco al infame GamerGate del 2014. “It’s all about ethics in film journalism”. (Si no ubican esa referencia, ignórenla y den gracias).

Entonces, ¿ver más películas nos llevará a un debate fílmico más productivo? Sin duda esto mejoraría la calidad de los argumentos, pero también hay que considerar que los cinéfilos… a veces tendemos a tener un problema de actitud.

Tengo una teoría acerca del snobismo actual de los cinéfilos.

Es seguro suponer que todos tenemos al amigo mamón que se la pasa hablando de las películas que, dentro de su círculo social, sólo él ha visto. Es el cabrón que siempre encuentra la forma de criticar los gustos fílmicos de los demás, ya sea con comentarios pasivo-agresivos o con insultos directos a la película o al director o a los actores. (Sí, soy consciente que me estoy metiendo varios auto-goles.)

Casi les puedo asegurar que la mayor parte de las películas que constituyen su acervo fílmico, las vio solo. Y ahí radica parte del problema.

En años pasados, los cinéfilos que querían ver las películas que no se proyectaban en salas comerciales tenían que acudir a los famosos cine-clubs, lugares en donde se congregaban varios aficionados del cine y se proyectaban copias de filmes conseguidas mediante cinetecas o institutos de promoción cultural (por decir los medios legales).

Hoy todavía hay cine-clubs. Casi todas las instituciones culturales tienen un área reservada para la proyección de películas. Pero la necesidad de acudir a estos lugares se ha desvanecido, puesto que ahora es más fácil conseguir y/o ver películas, gracias a los puestos de piratería y a las descargas en línea.

La realidad actual de muchos cinéfilos es que el ver películas se ha vuelto una actividad individual. Sería equivocado decir que todo el cine conseguido de forma clandestina es visto en soledad, pero tampoco es una aseveración que diste mucho de la realidad.

El meollo del asunto es que, cuando descubrimos películas nuevas, casi siempre lo hacemos solos. Y eso es perjudicial para la cinefilia.

El problema no es que queramos descubrir cine nuevo por nuestra cuenta; al contrario, ésa es la motivación que se encuentra detrás de todo interés artístico. Pero cuando le quitas al cine su carácter colectivo, se pierde algo muy importante: la catarsis compartida.

Hay una razón por la que muchos directores se refieren a las salas de cine como si fueran recintos sagrados: la catarsis que produce el final de una buena película puede resonar en la mente y el espíritu del espectador de una manera más tangible que cualquier sermón dominguero. Pero yo creo que el efecto es directamente proporcional al tamaño de la concurrencia. Todas las reacciones que genere la película en cada persona, serán amplificadas por el auditorio: las risas, los sustos, incluso los silencios se hacen más solemnes o aprehensivos, cuando se trata de decenas de personas aguantando la respiración.

Descubrir cine en soledad implica que todas estas emociones las hacemos propias, pero de nadie más. Nos hacemos celosos con nuestras propias percepciones de la película: si nos gustó, empezamos a darle vueltas a nuestras reflexiones y pensamientos acerca de

por qué nos gustó; lo mismo si la odiamos. No comparamos opiniones, y si lo hacemos, a veces es en el peor medio posible para este propósito: los foros en línea.

Entiendo que la experiencia individual produce una apreciación más analítica y (tal vez) más profunda, de la película, lo cual es absolutamente necesario para el ejercicio de la crítica. Pero la oleada de sentimientos que viene de ver una película por primera vez, debe permanecer pura. No libre del pensamiento racional, pero con un claro énfasis en la cruda respuesta emocional. Ésa es la intención del cine y es algo que está planteado desde su creación histórica, contemplado en la puesta en escena de cualquier película y tomado en consideración al momento de supervisar su distribución. El cine debe sentirse.

Escrito por Heikan

 

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